17 de juny 2009

Exilios




Me acerco al Coll de Balitres, el paso fronterizo entre Portbou y Cervere. Hace setenta años casi doscientos mil republicanos españoles, entre ellos mi abuelo paterno, cruzaron ese paso. La mayoría huyendo de la represión franquista, otros intentando cazar al vuelo la fortuna, la idea de un futuro mejor. Para muchos, un inesperado viaje al infierno del que no habrían de volver. Mi abuelo no volvió. Del campo para refugiados habilitado en Argeles pasó a Mauthausen, y de allí sólo le liberó la muerte. Después, el olvido. Casi nunca oí hablar de ello en mi familia. Corrieron un tupido velo trenzado por el paso del tiempo con hilos de amor y resignación. Ese tejido cálido cargado de ternura que envuelve a los hijos, a los nietos, y les alimenta. Veo ondear orgullosas esas viejas banderas. Escucho de la boca de familiares de los supervivientes, recuerdos cargados de emoción. Hemos venido a rendir homenaje a ese exilio, a todos los exilios. Me acuerdo de la iaia Lola, de mi tía y de mi padre. Me acuerdo de mi otro abuelo, el iaio Ramón, que fue camisa viaje de Falange, al que conocí y quise con locura de niño. Me acuerdo de la iaia Carme y de mi madre. Pienso en mis hijos. Trazo una línea imaginaria que me une a esos tiempos y quiere recuperar esa memoria hecha de silencios. Su memoria. La nuestra.